Hay comienzos que no hacen ruido. No llegan con fuegos artificiales ni promesas exageradas.
Llegan suaves… pero llenos de intención.
Hoy quiero compartirte uno de esos comienzos.
Estoy profundamente emocionada de presentarte la Agenda 2026 de El Mundo Según María. No como un producto, sino como un espacio. Un lugar donde puedes volver a ti cuando el mundo aprieta, cuando el ruido es demasiado o cuando simplemente necesitas orden y calma.
Esta agenda nació de muchas páginas escritas en silencio, de preguntas que no siempre tuvieron respuesta inmediata y de la certeza de que vivir con intención cambia la forma en que habitamos nuestros días. No está hecha para exigirte más, sino para acompañarte mejor. Para ayudarte a avanzar sin perderte, a organizarte sin olvidarte, a crecer sin dejar de cuidarte.
Cada mes, cada reto, cada espacio en blanco fue pensado como un recordatorio: tu proceso importa. Tu ritmo es válido. Y siempre puedes volver a empezar.
Algo nuevo está comenzando. Y si este año sientes que quieres hacerlo diferente, más consciente, más tuyo… este puede ser un buen lugar para empezar.
Confío que te gustará. Y gracias siempre por ser parte de todo ésto que se está creando. Gracias. Muchísimas gracias.
Sanar es parte del camino, no la carretera entera.
¿Nunca les ha pasado que sienten como si una frase aparece y les da luz en algo que les está sucediendo?
Como si hubiera sido escrita para darte respuestas. O como dijera don Miguel de Cervantes Saavedra:
En algún lugar de un libro 📚, hay una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia.
Bueno, eso es lo que me sucedió con la siguiente frase:
“La vida debes disfrutarla, no puedes sanar para siempre”.
No sé de quién sea, pero en cuanto la leí me di cuenta de que era justo lo que necesitaba para responder una pregunta que me perseguía desde hace días: ¿Cuánto tiempo falta para qué sane?
La respuesta era sencilla: No todo está roto. No todo requiere sanar.
Déjenme explicarlo mejor. Nos han vendido la idea (y lo peor es que la hemos comprado) de que debemos sanar; que nuestras heridas deben arreglarse, que el corazón debe curarse y no sé cuánta cosa más.
Y sí: somos seres en constante evolución. Claro que las heridas deben cerrarse y el corazón pegarse. Pero no podemos vivir en un constante intento de sanar.
No estamos mal hechos, rotos o enfermos. No siempre necesitamos sanar. Algunas veces solo necesitamos avanzar, otras detenernos, y muchas otras, simplemente disfrutar. Aunque en todas si se requiere aprender. Ese es el chiste real aquí, saber que hay que evolucionar.
Curiosamente, está obsesión por sanar, se termina convirtiendo en un pretexto para no hacerlo, diremos que nos volvemos «hipocondriacos», terminamos buscando de que más hay que sanar. Además, en ocasiones lo usamos hasta para evitar interactuar o ayudar a otros: «no puedo, estoy sanando».
Nos hemos envuelto tanto en “sanar” que ni sanamos ni avanzamos, ni soltamos ni disfrutamos. Nos hemos comprado una obsesión por querer entenderlo todo, que se nos olvida sentirlo, vivirlo y —lo peor de todo— aceptarlo.
Claro que habrá muchas cosas que sí necesiten sanar, pero yo ya me estoy hartando de esta cansadísima tarea de estar “sanando” siempre. Mi versión no es tan mala; por supuesto que puedo ser mil veces mejor, pero no es una carrera, no es una obligación: es un proceso menos complejo… es avanzar y vivir.
Hay tanto que tenemos que «sanar» que el listado es larguísimo, ahora resulta que debo sanar: mi relación con el dinero, con mis padres, mis antecesores, los hijos que nunca tuve, la niña de la primaria que me rompió los colores, el niño del kínder al que hice llorar porque me dio un beso, mi linaje, la bisabuela que no conocí, mi herida de abandono y rechazo, y hasta el perro que se perdió cuando mi hermana era pequeña.
Y todo lo malo que me pasa es por «no sanar», no, algunas cosas simplemente pasan, aunque seamos buenos. La mayoría son por malas decisiones y otras más por despistados (para que no se escuche tan feo).
Pero ¿a poco no?, que cansado es esto de sanar, sanar, sanar… ¿Y lo de vivir? ¿Dónde lo vamos a dejar?
Nos preocupamos tanto por aparentar que estamos bien y “en proceso de sanar”, que hasta parece que es «cool»: «estoy sanando», es nuestra carta de presentación y vivimos en una constante vorágine por querer entenderlo todo, que ni sanamos, ni evolucionamos, ni avanzamos. Ni vivimos.
¿Por qué, en vez de andar despertando a nuestros ancestros, demonios, fantasmas, ruidos internos y espíritus de no sé qué, no nos acercamos a los que están aquí y les damos un abrazo fuerte, de esos que te pegan los pedacitos rotos?
Quizá en ocasiones no es necesario sanar y sólo baste con pedir perdón… o, mejor aún: perdonar. O quizá eso realmente sea sanar. Dejar los rencores para las novelas del horario estelar y los resentimientos para otra ocasión.
Si mejor tratamos de cumplir nuestras promesas, sobre todo las propias: mejorar nuestra salud, permitirnos descansar, dejar de perseguir a quien no quiere estar, soltar la necesidad de controlarlo todo o querer cambiar a quien no quiere hacerlo.
Y lo mejor de todo: amarnos, así, con todo lo que somos. Con la perfección de lo imperfecto. Con la convicción de que venimos de algo divino y, por consiguiente, somos seres divinos. Hijos de Dios (o como tú le llames: universo, vida, luz… es lo mismo, alguien más grande). Y Él siempre tiene una mejor historia que la nuestra, sin duda.
Volvamos a ayudar a quien lo necesita, a hablarle a quien extrañamos, a decirle que amamos a quien lo sintamos. A visitar a quienes aún están…
Qué tal si nos volvemos «exitosos» poniendo nuestros dones al servicio de los demás.
Porque ya es suficiente con las mil batallas que afrontamos, esas historias que no contamos, por miedo a que nos vean débiles, como si los demás no vivieran las suyas. Ya es suficiente con nuestra lucha diaria como para todavía tener que hacer mil terapias para sanar.
Si es importante buscar alguna terapia que nos ayude, la que decidas, tu sabrás la que más te sirva. Eso es muy bueno, sólo no te obsesiones, ni hagas demasiadas.
Porque para encontrarte hay que voltear hacia adentro. Como es adentro es afuera. Así es como se sana, como se avanza: siendo conscientes de algunas cosas, que hay que hacer o dejar de hacer, por ejemplo…
Deja de castigarte por cómo reaccionaste ante tal o cual situación. Pide perdón si es necesario y responsabilízate por el error. Hiciste lo que pudiste con lo que sabías y tenías en ese momento. Aprende de ello, pero avanza. No se trata de hacer como que no pasó o de minimizar lo que al otro le dolió. Se trata de aprender y avanzar. No de cargar con la culpa.
La culpa debe servir para pedir perdón, reconocer lo propio y accionar. Viene a enseñar, a corregir. Debemos aprender, porque si no, la vida nos repetirá la lección. No permitas que venga a castigar.
Algo que debemos tener cuidado, pero si ocupamos diferenciarlo, es entender que no todo es nuestra culpa. Hay cosas que no lo son, pero quizá sí sea nuestra responsabilidad solucionarlo. Si me afecta —aunque no haya sido mi culpa—, es a mí a quien le toca hacer algo: corregir, aprender, perdonar, redirigir o simplemente irme.
Otra cosa que también debemos entender, es que no siempre lo que nos muestra otra persona es nuestro reflejo. Hay cosas que nos molestan porque son injustas, y cosas que nos agradan porque son hermosas. Mucho podremos ver en otros —sobre todo lo bueno—, pero todos somos diferentes. No todo lo que ves en otros lo tienes que sanar. No todos son espejos, algunos son claridad.
Otro punto es que nadie avanza ni sana al mismo ritmo. No tienes que justificarte, ni acelerar, ni disculparte. Tus tiempos son tuyos; lo que tardes en levantarte es tu asunto y también tu responsabilidad. Eso sí: no importa tu ritmo, pero intenta avanzar siempre, aunque sea un pequeño paso a la vez.
Por último (y para mí, el más importante): Deja de responsabilizar a los demás por lo que te sucede.
Da las gracias si alguien te ayuda y perdona si alguien te ofende. Pero deja de creer que es responsabilidad de otros cómo tú te sientas.
Deja de buscar culpables y mírate con amor.
Una historia para entenderlo mejor
Un hombre quería vivir en una casa vieja, pero antes decidió repararla. Arregló una pared, luego otra… y cada arreglo revelaba un problema nuevo.
Pasaron semanas y se dio cuenta de que no podía vivir en su casa: solo la reparaba.
Un vecino le dijo: —Una casa nunca queda perfecta. Si solo la arreglas y nunca la habitas.
Ese día el hombre dejó algunas grietas sin tapar, abrió las ventanas y encendió las luces aunque todo siguiera imperfecto. Y volvió a su casa.
Ahí entendió que sanar no es dejarlo todo impecable… sino volver a habitar la vida, incluso con sus grietas.
(*˘︶˘*).。*♡
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Diría mi madre: Una casa abandonada, siempre se va a deteriorar. Y tiene razón, si no vuelves a ti, jamás mejorará nada.
¿Qué no es sanar?
No es buscar a quien te dañó; es corregir lo que hirió en ti, desde adentro.
No es olvidar, no es hacer como que no pasó; no es borrar la cicatriz. Es saber que está ahí, no para recordarte la herida, sino para confirmarte lo fuerte que eres.
No es sonreír para aparentar que ya sanaste; no es adaptarte ni esconderte para no molestar a otros.
No es ser “fuerte” todo el tiempo. No es un estado de paz o perfección permanente.
Sanar no es ir tachando pendientes emocionales como si fueran tareas. No es tener todas las respuestas. No es que el dolor desaparezca por completo.
Y no es convertirte en una versión impecable de ti mismo que nunca vuelve a romperse.
No es dejar de ser humano.
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¿Qué sí es sanar?
Es dejar que duela sin disfrazarlo, pero sin perpetuarlo.
Es aprender a pedir ayuda sin sentir culpa. Es avanzar, aunque sea lento.
Es dejar de esconder tus grietas y usarlas como ventanas por donde entra la luz.
Es elegirte, incluso en los días en los que no sabes ni quién eres.
Es dejar de pelearte con tu historia y empezar a caminar con ella.
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Porque al final, sanar no es llegar a un punto perfecto, ni arreglarlo todo, ni convertirte en alguien nuev@.
Sanar es volver a ti: habitar tu historia sin miedo, reconocer tus grietas sin vergüenza y caminar sabiendo que no necesitas estar completa para avanzar.
Recuerda no es que todo esté mal: muchas cosas solo están pasando.
Sanar no es lo que te prometieron. Es más simple… y más profundo: No es perfección, es volver a vivir, incluso mientras aún te dueles.
Estás complet@ no se te olvide…
Gracias como siempre, gracias totales por todo y por tanto. Por leerme, compartir, suscribirse y darle like.
Que sean fechas y fiestas increíbles y el inicio de un gran año. Bendiciones.
Hay personas que son fuertes y parece que son capaces de reconstruirse sin ayuda. Esa es una imagen que algunos tienen de mí, si le suman algunas otras características que también creen que tengo: desenfada, inteligente, buena amiga, distante y hábil para resolver problemas.
El resultado final es: alguien que no ocupa ayuda.
Por ello estoy muy acostumbrada a que, en los momentos difíciles, algunas personas suelen echarme porras con frases como «tú puedes» «lo vas a solucionar». O algo peor, que no se den cuenta si quiera, que se me está complicando la vida.
La verdad no me desagrada esa imagen de yo puedo con lo que venga, es más, hasta en ocasiones me gusta y agradezco infinitamente que crean en mí.
Pero… aquí va una confesión 🥺:
Cuando llega alguien y en lugar de repetirme lo anterior, simplemente dice: “Claro que puedes… pero aquí estoy para ayudarte.” Es como un soplo extra de vida.
La verdad es que esa frase no la escucho muy seguido. Mi supuesta «fortaleza» destantea a cualquiera y aparenta que no requiero ayuda, pero les aseguro…
Las personas que parecen más fuertes suelen ser quienes más necesitan un punto de apoyo.
Esa imagen de fortaleza es solo una de las muchas defensas que usamos para esconder heridas de la infancia: algunos se vuelven serios e impenetrables, otros levantan barreras disfrazadas de enojo, y algunos más se refugian en el alboroto y la alegría.
Pero, sin importar la imagen que proyectemos, hay algo que todos queremos: ser vistos.
Deseamos que haya alguien que nos ayude a sostener el mundo cuando se nos desbarata, aunque sea un instante. Que nos recuerde que no estamos ni tan solos ni tan locos como pensamos.
Y es que:
“No ocupo que nadie venga a salvarme, pero valoro enormemente a quien se queda a mi lado mientras junto mis pedazos rotos.”
Quién, pese al caos que somos, logre que el ruido —el de afuera o incluso el de adentro— se apague por un momento. Que sea nuestro lugar seguro.
Que nos permita descansar, desahogarnos y sentir desde la honestidad, aún desde la parte más vulnerable de nosotros, ese lado oscuro que también forma parte de nuestra genialidad.
Me gusta pensar que todos tenemos a ese alguien que es nuestro lugar seguro; solo que quizá a veces lo olvidamos.
Pero basta recordar:
¿A quién llamas cuando la vida se te descompone un poquito?
Puede ser cualquiera: un familiar, una pareja, una amistad… incluso quien jamás imaginaste. Lo único que interesa es que, cuando lo necesites, te hagan sentir que sí le importas a alguien.
O, como diría un conocedor del tema: tu lugar seguro también está en ti y la mano que ocupas está al final de tu brazo.
Nosotros mismos podemos ser ese rinconcito al que volvamos, cuando ocupamos reencontrarnos.
Les cuento una historia sobre todo esto…
Una respuesta inesperada ⚱️
Un día, una mujer llegó a consulta con su terapeuta cargando un jarrón roto dentro de una bolsa.
—“Vengo porque ya no sé cómo pegar todas las partes rotas”, dijo.
La terapeuta le pidió que sacara los pedazos. La mujer los colocó sobre la mesa, uno por uno, en silencio.
Después de un rato, la terapeuta no le dio pegamento ni soluciones. Sólo se sentó frente a ella y dijo:
—“Yo me quedo contigo mientras decides por dónde empezar.”
La mujer rompió en llanto. No porque alguien la reparara, sino porque por primera vez en mucho tiempo alguien la vio rota sin pedirle que se compusiera de inmediato.
(◍•ᴗ•◍)
Como notarás en la historia, ella entendió que un lugar seguro no se trata de que te salven: A veces solo ocupas que te acompañen mientras te reconstruyes.
¿Cómo saber quién realmente es un espacio seguro?
Para mí son esas personas que te hacen sentir que vuelves a casa.
Normalmente será alguien que te de la confianza de que sí contestará y escuchará. Que no intentará solucionar, sino acompañar. Que al escucharte es como si te liberara de un gran peso y que lo hace con paciencia, aunque tu historia la hayas repetido varias veces.
Si no contesta cuando lo ocupas o le pides ayuda y no está cuando el mundo se te viene encima, entonces no lo es. No nos confundamos con quien dice serlo, pero al final te deja peor. No le des el título de «lugar seguro» a cualquiera. No todos están a la altura de ser refugio.
Por cierto, quienes sí lo son… tengo la certeza de que cuando lleguen al cielo, no harán fila.
Te diré cómo es para mí ese lugar seguro.
A mí me sabe:
✧ A todas las veces que mi tía Angie contestó a mi llamada. Como aquella madrugada fría de febrero, cuando mi padre se había ido, ella respondió y sin decirle nada escuché: “voy para allá”. Haciéndome sentir que a pesar del dolor y lo que sucedía, yo no estaba tan sola como me sentía.
✧ A mi amigo texano, quien con solo escuchar mi voz sabe si requiero asistencia urgente, un abrazo (aunque sea virtual) o un “eso te pasa por no entender”, porque también los lugares seguros nos permiten ver cuándo el problema somos nosotros.
✧ A mis hermanas creyendo ciegamente en mí, incluso en mis días más dudosos.
✧ A mi madre, que siempre esta dispuesta a escuchar y aconsejar.
❥
Y a tantas personas e historias que me han demostrado que sí existe un lugar seguro.
Como verás no siempre es una sola persona, pueden ser varias y quizá cambiarán. Pero lo importante es que, como yo, puedas confirmar que tu red de apoyo te mantiene de pie cuando el mundo se te derrumba.
(◍•ᴗ•◍)✧*。
A veces, recibir ayuda empieza por atrevernos a pedirla. Sé que no es fácil para quienes hemos pasado años sosteniéndonos solos. Pero cuando finalmente lo hacemos, la vida se vuelve más ligera.
Porque pedir ayuda no es renunciar a la fuerza: es recordar que no siempre tenemos que usarla.
Por cierto, las personas que son «abrigo» también necesitan cuidado. Así que agradéceles siempre y cuídalas mucho. No permitas perderlas por no verlas.
Quizá, tú también eres una persona así. Y si crees que no, intenta serlo. No ocupas ser perfect@. Sólo ser un espacio donde alguien pueda llegar con su caos sin sentirse pesado, con su tristeza sin sentirse incómodo, con sus dudas sin sentirse tonto.
Las personas «abrigo» hablan desde la calma, validan sin juzgar, sostienen silencios y preguntan antes de intervenir.
Esas personas nos ayudan a ver que: Claro que podemos con todo… pero no es necesario que sea con todo a la vez.
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Un recordatorio importante…
“Cuando realmente somos nosotros mismos, muchas personas se alejan, pero esto crea el espacio necesario para que llegue la gente adecuada.”
—Hermann Hesse
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Al final, quizá la vida no se trate de ser invencible, sino de encontrar los refugios correctos para desarmarnos sin miedo.
Porque…
Hasta la luz más brillante necesita, de vez en cuando, un lugar seguro donde apagarse.
O mejor aún, encontrar ese lugar que te permita volver a encender tu luz.
Gracias infinitas como siempre por leerme, por compartir, por creer en esto, por suscribirse, darle like y todo eso que hacen para hacerme sentir que esto vale la pena.
Y espero que siempre exista una lucecita dentro de ti y tengas esas personas abrigo que no dejen que se extinga.
¿Cuántas veces has tenido un desperfecto en tu casa o en tus cosas, y terminas arreglándolo con un alambrito o una cinta?
Esa famosa «mexicanada» —o como le digan en tu país— que arregla el desperfecto sólo por el momento para que siga funcionando, pero que genera una incomodidad a la cual te acostumbras… y al final termina quedándose como parte de tu vida.
A veces no nos damos cuenta de cuánto tiempo hemos estado viviendo en un “por mientras”. En ese espacio raro donde algo no nos gusta… pero funciona, y por eso lo dejamos ahí.
Hasta que un día te despiertas y entiendes que llevas meses —o años— sosteniendo la vida con parches.
Y lo temporal se vuelve eterno. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo con el corazón parchado en lugar de sanarlo?
Con un curita en el corazón.
Cuando digo parches, me refiero a todo eso que no te llena, no te hace bien, pero te acompaña porque “así está bien por ahora”. Y no, no lo está.
Esa pieza que no arreglaste. Ese “ya después lo compro” que nunca sucede. Ese «ya no funciona» que nunca dejas. Ese “por mientras” que se vuelve una vida entera.
Esto sucede también en las decisiones grandes: ¿Sigues usando la sala que compraste «por mientras» encontrabas la que realmente querías? ¿Sigues esperando «ese momento» para comenzar lo que te hará bien?
Pero la peor versión del “por mientras” es la que nos roba el propósito… y esa es una historia que debo contarte.
Un «por mientras» de 30 años 🌻
Tengo muchos (bastantes) años dedicándome al recurso humano. Conozco historias increíbles de superación, historias que merecerían un reconocimiento o ser escritas para un buen libro.
Pero, curiosamente, las que más me han marcado… son las que nadie creería importantes. Las que parecen comunes. Las que duelen en silencio.
Te contaré una de las más crueles.
Hace muchos años trabajé en una empresa donde las oficinas estaban en un sótano. No veíamos la luz del sol, y eso que eran las oficinas administrativas de una empresa importante. Una persona del área contable, que estaba todavía más encerrada, cumplía 30 años en ese lugar.
Obviamente yo llegué, con todo el alboroto que me caracteriza, a hacer fiesta por su aniversario. Así comenzó a contarme su historia. Le pondremos Girasol 🌻, porque en el fondo siempre esperó ver la luz…
—Girasol, ¡qué emoción! Hoy cumples 30 años. Yo llevo uno aquí y no encuentro la salida. —Ojalá pronto la encuentres. —Ay, no me digas eso… treinta años confirman que es un buen lugar, ¿no? —Sí, no me quejaré. Ha sido un buen lugar. —Pero cuéntame, ¿cómo empezó tu historia?
Y en vez de ver una cara de satisfacción o alegría… vi una cara de resignación y tristeza que me dolió el alma.
«Ay, María… yo solo vine por un “mientras”, y no me di cuenta de cómo se me fue la vida entera. Un día iba pasando por aquí, acababa de terminar mi técnica en contabilidad y vi un letrero donde ocupaban personal. Pregunté y me dieron la oportunidad de hacer mis prácticas.
Cuando vi las oficinas me dije a mí misma: “bueno, es solo por un tiempo, para agarrar experiencia”.
Y así pasó la vida. Poco a poco comencé a hacer más, a tener más responsabilidades, a aprender más. Después mi madre enfermó y no podía quedarme sin trabajo. Tuve muchos años un buen jefe, pero era alguien que, por su comodidad, no quería que me fuera. Y cada vez que buscaba algo más, me suplicaba que no lo hiciera.
Siempre quise estudiar la licenciatura, pero entre el trabajo, las responsabilidades y mi familia, nunca hubo tiempo. Trabajábamos de 8 am a 6 pm y los sábados mediodía, que terminaba siendo el día completo.
Así… el “mientras” se convirtió en 30 años.»
—Bueno, pero tienes una familia hermosa, ¿no? Y toda una vida de experiencia —(la verdad, ya no encontraba cómo aportar algo bueno).
«No. Nunca me casé. Mis hermanos sí y se fueron, y yo debía quedarme a cuidar a mi mamá. Tampoco me permití encontrar el amor. El hombre que amé me engañó… o nos engañaron, o ve a saber qué pasó. Me rompió el corazón, y lo pegué con cinta adhesiva…con un curita “por mientras”. Pero nunca sanó del todo. Nunca me permití volver a usarlo.
Así que, por favor… en cuanto puedas, sal de la comodidad del “por mientras”. Huye antes de que sea demasiado tarde.»
。◕‿◕。
Y lo peor… su historia no es la única.
Desafortunadamente tengo muchas más parecidas, donde el “por un ratito” termina siendo la condena más larga y más cara de su vida.
Alguna vez alguien me dijo: esas historias son la clara muestra de que nos pagan por dejar nuestros sueños.
¿Cuánto cuestan tus sueños?
Tampoco crean que quiero que sean como yo, que siempre estoy buscando qué más hacer o a dónde ir. No. Yo también estoy aprendiendo a detenerme y valorar lo que sí hay. No puedes vivir huyendo… porque lo que huyes termina encontrándote tarde o temprano.
Pero, por favor 🙏🏽, tampoco te permitas vivir «por mientras», No te permitas aceptar lo que está roto, lo que no te llena, lo que ya no es para ti, los amores a medias, la gente que no aporta, los hábitos que te lastiman. No te quedes con lo que pesa, lo que aprieta, lo que incomoda, lo que duele.
Nos engañamos tanto con el “en cuanto se pueda” que ese “se pueda” nunca llega. Nos acostumbramos a vivir mal. A que lo que se rompe solo lo parchemos. A la incomodidad… y eso que parece una tontería termina siendo una forma de vida.
Una «tontería» que reprograma tu mente. Que poco a poco te apaga. Dejas de esperar más. Dejas de pedir más. Te mueves en un mundo de cosas rotas, de parches.
Y todo eso lleva a la carencia. Y no sólo hablo de dinero, hablo de estabilidad, de paz, de equilibrio y la más importante de Merecimiento. Porqué esos por mientras te llevan a creer que no mereces una vida completa y feliz,
sin curita 🩹 en el corazón ❤️.
No creas que es tan difícil dejar tus «por mientras». Y tampoco tienes que cambiar todo tu mundo ni hacer un cambio radical.
Quizá solo es tomar esa decisión que llevas tanto tiempo postergando. Tener el valor de decir: “me merezco algo mejor”.
Llama al cerrajero. Cambia esa silla rota o repárala correctamente. Cambia ese pantalón que ya no te queda, o decide realmente ponerte primero, cuidarte, amarte… para que logres que te vuelva a quedar.
Aún con miedo… atrévete a crear una nueva historia. Una donde te permitas ser tú. Donde te sientas realizad@. Donde seas feliz.
Las cosas malas les pasan a todos. Y sí, a las personas buenas también les pasan cosas malas. Solo porque sí. No son castigos divinos ni mala suerte. Son aprendizajes. Y hay que vivirlos y superarlos, no dejarlos como hábito o forma de vida.
Hazte cargo. Elígete. Hazte responsable.
Quizá me digas: pero para eso se requiere dinero.
No del todo, se requiere disciplina, nuevos hábitos y querer. Sobre todo querer mucho… A tí.
Conozco mucha gente muy feliz que no tiene dinero. Te contaré otra historia, con respecto a ésto, que me dejó un gran aprendizaje…
Don Andrés 🕊️
Trabajé en otro lugar donde se daba servicio y se obtenía propina. Había colaboradores de servicio al cliente, luego supervisores de turno y después gerentes. Se nos dificultaba muchísimo conseguir supervisores, así que tratábamos de convencer a los de servicio para que “subieran”.
Un día le pregunté a Don Andrés, un señor de unos 45 años (yo tenía 27), por qué no quería ser supervisor:
—A ver, don, ¿por qué no quiere? Ganaría más y se desarrollaría. ¿No quiere superarse?
Su cara se iluminó con una sonrisa tranquila. Esa sonrisa que anuncia la mejor respuesta.
«Ay, Lic… qué poco ha vivido si cree que lo único importante es un siguiente puesto. Déjeme le cuento, entre usted y yo, por qué no aceptaré. Después le ayudo a convencer a los más jóvenes para que le digan que sí.
Yo trabajo de 6 am a 2 pm. Pongo mi cara bonita, doy buen servicio y me llevo diario el doble de mi sueldo a casa. Termino a las 2, cierro mi cuenta, me voy sin preocupaciones de cierre de turno y esas cosas y no me vuelvo a acordar del trabajo hasta el siguiente día. Puedo estar con mi familia. Gano más en propinas que el supervisor. Y todos los días alguien me sonríe y me da las gracias porque lo atendí bien.
Me como mis gorditas de Doña Petra, llego a mi casa, mi mujer me espera, mis hijos ya se casaron… y soy feliz. Así de simple.»
Como se darán cuenta, ya no tuve argumentos. Me ayudó con otros chicos… y todo estuvo bien.
Pero su respuesta me confirmó que él era la prueba clara de que vivir desde la abundancia no siempre significa tener más, sino elegir mejor.
No todo en esta vida se trata de “lo que sigue”. Se trata de ser feliz. (Y él lo era).
(◠‿・)—☆
Con esta historia podrás ver que, al final, se trata de lo que te hace sentir realizad@ y estar en paz.
Como dice mi madre: “Tú sé lo que tú quieras… sólo por favor sé la mejor de todas.”
Si vas a elegir, elige desde la abundancia, no desde el miedo.Elige lo que te hace sentir plen@, lo que te da paz, lo que te permite ser la mejor versión de ti.
Sin importar que eso signifique cambiar tus hábitos, tu historia, que los demás no estén de acuerdo o iniciar de cero. Valdrá la pena.
Quizá pueda ayudarte una frase que alguien que conozco me repetía constantemente para regresarme a mi centro, cada vez que se me olvidaba que lo importante estaba en otro lado:
“Cuando ponemos la mente al servicio del corazón… cosas mágicas suceden.”
Recuerda: es la mente al servicio del corazón, y no al revés.
Es dejar de pensar en lo que sería mejor para los demás, o en el qué dirán, o en si encaja en las normas. Es elegir poner tu inteligencia a favor de lo que te hace sentir bien. De lo que amas.
Porque todo empieza por una decisión pequeña… pero tuya.
Cuando logras poner todo eso a favor de lo que te hace feliz… entonces ahí empiezas a vivir.
Cómo ya lo había comentado, no sé trata de dejes todo y te vayas a otro país. (Si lo quieres hacer, genial, pero no es tan necesario). No se requieren cambios gigantes. Puedes empezar por arreglar un desperfecto. O tirar algo que se rompió, aunque sea un recuerdo de alguien que ya se fue. Los mejores recuerdos están en el corazón.
Se trata de empezar por ti. De crear nuevos hábitos y nuevas historias.
Porque si algo merece reparación, tiempo y ser elegid@ sin titubeos… eres tú.
La vida no es un “mientras”. La vida es ahora, y es tuya.
Deseo de todo corazón que lo que decidas a partir de hoy —aunque sea pequeño— te acerque a la vida que quieres vivir… y no a la que aprendiste a soportar.
Gracias, como siempre, por todo y por tanto: por leerme, por suscribirse, por darle me gusta, por compartir, y por todo eso que hacen para hacerme sentir que están cerquita y son parte de esto que me hace tan feliz.
Somos más completos cuando dejamos de huir de nosotros mismos.
Como te darás cuenta desde el título, este escrito será honesto y bastante revelador. Y quizá a través de mi historia, te puedas dar la oportunidad de hacer visible la tuya.
Gracias por el enorme placer de poder platicar contigo…
Hablemos sobre los defectos (los míos, por supuesto) y ese lado oscuro que se nos olvida que es parte inherente de nuestra esencia.
Ya les he platicado antes sobre la sombra, pero hoy quiero escribir sobre algo más detallado, sobre la vulnerabilidad o lo que algunos llaman «debilidades» o «errores». Y todo lo que se aprende al reconocerlos.
Uno de los aprendizajes más importantes de este último año —uno que yo juraba tener dominado y resultó no ser así— es que uno debe quererse muchísimo.
Y para ello primero hay que conocerse. O al menos, tener la valentía de intentarlo. Quizá sea un poco difícil. En primera, porque somos algo complicados, y en segunda, porque estamos en constante cambio. El cambio es la única certeza en el mundo.
Pero si se puede y es una maravilla eso de reconocerse. E insisto «no se puede querer lo que no seconoce«. Así que, saber quiénes somos, nos permite reconectarnos y aprender a amarnos; eso inevitablemente nos llevará a amar a los demás (y que nos amen).
¿Sabían que todos —absolutamente todos— los seres humanos buscamos lo mismo? Ser vistos y ser amados. (y quien diga lo contrario, se engaña)
Saber esto te permite mirar a los demás con más compasión y entender que, al final, no somos tan diferentes: todos buscamos lo mismo.
Así que la próxima vez que te sientas menos, fuera de lugar o como si no encajaras en ningún lado, recuerda esto: todos queremos ser vistos y amados. Y quizá, con esa conciencia, relacionarte con las personas se vuelva un poquito más ligero.
En este camino, alguien me preguntó: “¿Tú conoces tu sombra?” Mi respuesta inmediata fue: “Claro que sí” ¿Y saben qué? Es ¡Mentira! Quizá la veía, pero si no se observa, no se le pone atención y no se analiza, no podremos conocerla aunque juremos que sí.
Y ocupamos reconocerla, si no, jamás entenderemos quiénes somos realmente. Porque entonces viviremos romantizando la perfección: «Yo no tengo defectos», “yo soy muy bueno”, “yo doy todo”, “yo siempre más”, “yo, yo, yo”. Sí, sin duda, todos tenemos un lado increíble, y eso es una bendición. Pero querer ver sólo lo bueno, nos quita la enorme dicha de observarnos completos y reales.
En un contexto general, claro que somos buenos. Yo, aun reconociendo mi lado oscuro —y viendo también el de personas que alguna vez idealicé—, sigo creyendo que somos buenos por naturaleza. La diferencia es que hoy puedo decirlo con certeza: sí somos buenos… humanamente buenos.
Es decir, somos buenos sin perfección. Y eso está bien, nos hace ser reales.
Entonces ¿Dónde está el problema de tener defectos? Cuando creemos que no los tenemos o cuando los vemos, pero no los trabajamos.
Y aquí va algo que he aprendido en este tiempo:
No estamos aquí para eliminar nuestra oscuridad, sino para hacer las paces con ella y recuperar el control de nuestra vida.
Analizar nuestro lado oscuro no sirve para eliminarlo —eso es imposible—, sino para reconocer cuándo va a aparecer, darle sólo el espacio necesario y evitar que nos lastime… o que lastime a los demás.
Una conocida de mi mamá —psicóloga, y de las buenas—, dice algo que me encanta y que resume perfectamente esto de aprender a manejar nuestras frustraciones:
«Hay que vivir todas nuestras emociones. No está mal enojarse, por ejemplo, sólo que hay que enojarse, por el motivo, el momento, el lugar y las personas correctas».
Es enojarte con el hecho, no con quien se atraviese sin deberla ni temerla.
Ahí está el verdadero encanto de todo esto: conocer nuestra sombra para permitirle aparecer unos instantes… pero en el tiempo y espacio adecuados.
Es vivir la emoción, para que el momento no termine pasándote de largo.
Lo primero que entendí en esto de conocer nuestros defectos, es que es necesario nombrarlos para entenderlos, así que inicié mi «lista de oscuridades» que, por cierto, se ha vuelto larguísima. Aquí van algunas de ellas:
Contesto horrible cuando estoy enojada. De verdad soy odiosa.
Me transformo en un ogro al volante.
Tengo poquísima tolerancia a la gente lenta.
Soy buena con el sarcasmo y la ironía.
Tengo una herida de abandono muy arraigada; si veo cualquier señal de que alguien se irá, soy la primera en escapar (y soy la mejor desapareciendo).
Soy muy dura para juzgarme, con los demás no, pero conmigo soy casi cruel.
Les prometo que cada uno de estos rinconcitos oscuros los he tratado de trabajar. Pero ojo:
La sombra siempre va a existir. Y, curiosamente, es también lo que hace que nuestra luz brille más fuerte.
Ser conscientes de nuestro lado oscuro no significa que va a desaparecer. Significa que evitamos que nos invada.
Por cierto, también tengo mi lado bueno —no crean que tengo pura oscuridad—. Mi luz es chévere. Pero hoy sé, que mi sombra es parte de mí y de lo que soy. Y estoy bien con eso. Me amo y trato de mejorar cada día, aunque no siempre se me de.
Otra razón poderosa para conocer “el lado oscuro de la fuerza” es que te permite salir de ahí rápido y no quedarte a vivir en ese lugar… como desafortunadamente le pasa a algunos, que están atrapados en un rincón sombrío del que ya no regresan.
Nuestra sombra está profundamente ligada a nuestras heridas de la infancia, a lo que nos marcó y que, como defensa, detona esa versión de nosotros. Por ejemplo:
La ira, muchas veces —muchísimas—, es un disfraz de la tristeza.
Hay un diálogo en una de mis películas favoritas, El señor de los caballos (1998), que explica esto perfectamente. Si pueden verla, se las recomiendo muchísimo.
El diálogo es entre Tom (el domador de caballos) y Grace, una niña que tuvo un accidente y perdió una pierna:
🌘 Tom: “Había un chico de la reserva Blackfeet… Un día fue a nadar y se lanzó de cabeza al lago… directo contra una roca. Se rompió el cuello; quedó paralizado. Fue como si su mente, su espíritu… lo que sea… simplemente hubiera desaparecido. Lo único que quedó fue su ira. Como si el chico que yo conocí se hubiera ido a otro lugar.”
🌘 Grace: “Yo sé a dónde va.”
🌑 Tom: “Lo sé. No desaparezcas tú. Haz lo que tengas que hacer para mantenerte agarrada.”
…
(◍•ᴗ•◍)✧*。
Ver lo que nos cuesta mirar, nos permite justo eso: mantenernos del lado luminoso y no cruzar esa línea sin retorno.
Otro de mis grandes defectos, es que mi vida se volvió un reto constante. No podía darme el lujo de fracasar o parar, ni siquiera de disfrutar lo que lograba. Siempre había que ir por más. Ya lo he dicho muchas veces: buscaba “el prado más verde”. Era como una permanente sensación de insatisfacción.
Tanto así, que dañé muchas cosas y personas valiosas. Y cuando la vida me lo quitó todo y me detuvo, me llevó directo a una de esas famosas noches oscuras… que ha durado mucho tiempo.
Como todo, «lo malo» ha tenido un lado bueno grandioso. Del cual luego les platicaré con calma.
Ese rasgo de inquietud y reto, me ha traído ratos complicados, pero también ha sido uno de mis defectos favoritos. Se ha convertido en fuego, ese “siempre más”, también me ha hecho vivir locuras increíbles.
Te cuento una de ellas:
Le tengo miedo a las alturas. Pánico real. Me subo a una rueda de la fortuna y quiero llorar. Irónicamente, amo volar; los aviones y yo somos uno mismo —uoh, uoh, diría Timbiriche—. Pero las alturas son una tortura para mí.
Un día, andando con una persona que quiero mucho, estábamos frente a uno de los bungies más altos de México. Y que abro mi bocota:
—¿Cuánto a que no te tiras?
—Va. Si me tiro, ¿te tiras tú después? ¿O te rajas?
Y ahí activé mi peor defecto: no sé decir que no cuando me están retando, aunque esté a punto de hacer una locura.
Le dije: “Va.”
Lo vi subirse, que le pusieran el arnés en los pies, ponerse en la orilla, que le dijeran 3, 2, 1… bungie y lanzarse feliz, sin temor, sin dudarlo. Y en ese instante me di cuenta de que me había metido en el peor lío yo solita: tendría que tirarme… siendo terriblemente miedosa a las alturas.
Y sigo yo: me sujetaron de la cintura, me pusieron en la orilla, contaron “3, 2, 1… bungie”… y me quedé congelada.
Pasaron 15 minutos. Miles intentos y yo seguía en la orilla, sudando miedo.
Hasta que escuché:
—Ya, Morenita, no sufras. Regresa. No pasa nada. No te lances… ya perdiste.
Y bueno… fue como si me hirviera la sangre. En ese instante algo se apoderó de mí, lo intenté una vez más, me pusieron de espaldas, me sujetaron bien, contaron “3, 2, 1… bungie”… y salté.
Ahí no sólo me solté para caer. Me solté de varias cosas más. Si pueden háganlo, aunque prometo que yo no lo volvería a hacer. Con una vez es suficiente 🤣
No podía caminar al regresar a la plataforma por la adrenalina; tuvo que ir por mí. Me abrazó y dijo:
“Lo lograste Morenita. Qué necesidad de sufrir tanto… pero lo lograste.”
Aún no sé si fue lo mejor o lo peor que me pudieron decir 😂
Ah, pero ahí no acaba. El restaurante del hotel tiene vista al bungie. Entramos y escuché:
“¡Sí se lanzó!”
La gente ahí se había divertido de lo lindo con mi miedo e indecisión.
Pero lo logré.
La valentía no es no temblar; es saltar mientras tiemblas.
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(。☬0☬。)
Al final fue mi lado oscuro el que me llevó a vivir esta experiencia increíble y profundamente reveladora. Y eso sólo me confirma algo: no existe versión más imparable de mí que la que nace cuando se encienden mis “defectos favoritos”: la ira y esa insatisfacción que me obliga a moverme (quizá no sea el término exacto, pero describe perfecto lo que siento).
Por cierto, tengo más historias así; unas divertidas, otras no tanto, que luego prometo contarles.
Como verán, no es que vaya a cambiar del todo esas locuras. Pero conocer mi lado oscuro me ha permitido saber algo valiosísimo:
No todas las guerras tienen que lucharse; pero si ya estás ahí… haz lo imposible por ganarlas.
Y te voy a dar otro ejemplo de todo ésto, con una escena que ocurre en la película The Avengers (2012). En una pelea, hay un momento en el que el Capitán América le dice a Bruce Banner- Hulk:
“Doctor Banner… ahora sería un buen momento para que se enoje.”
Y Bruce, con esa calma que solo tienen quienes ya se hicieron amigos de su propio caos, responde:
“Ese es mi secreto, Capitán… siempre estoy enojado.”
Como verán, ésto nos permite confirmar lo dicho: no se trata de negar la ira, ni de esconder lo que duele, ni de pretender que todo está bien. Es entender que a veces la fuerza más imparable que tenemos nace precisamente de ese lugar oscuro que tratamos de evitar.
Y no es que queramos vivir en el, sino que cuando lo reconocemos, deja de controlarnos y cuando lo miramos de frente, se vuelve fortaleza.
Recuerdo que una maestra de la universidad decía: “Los defectos pueden ser grandes aliados o convertirse en virtudes… si sabes aplicarlos.”
Nunca sabes cuándo tu imperfección puede salvarte la vida… o darte una de tus mejores aventuras.
Así que no le tengas miedo a conocer tu lado oscuro. Hazlo en un lugar seguro, eso sí. Pregúntate sin herirte ni juzgarte. Con la única intención de descubrirte… y tener como resultado:
Amarte más.
.
Porque al final, conocerte no es llegar a la perfección… es llegar a ti. Y cuando lo haces, la vida entera empieza a ponerse más bonita.
“El privilegio de una vida es convertirse en quien realmente eres.”
Carl Jung
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Gracias por todo y por tanto. 💝
Nos vemos en la próxima y sigamos siendo tan maravillosamente imperfectos.
Por ejemplo, vi a una persona con su padre y no le hablaba. Yo, si tuviera al mío, te juro que hablaría con él todos los días. Lo abrazaría más, lo usaría más.
¿Sabes qué es lo más triste de esa frase? Que, desafortunadamente, muchas veces necesitamos perder lo que amamos para darnos cuenta de cuánto lo necesitábamos.
O que a veces dejamos de hablar o guardamos rencores con personas de las que olvidamos algo esencial: que un día pueden irse. Y cuando eso pasa, el arrepentimiento duele mucho más que un “discúlpame” o un “vamos a hablar” dicho a tiempo.
Hay otros casos en los que la rutina y la sensación de tener algo seguro nos hacen olvidar su valor… y lo importantes que son para nosotros.
Qué ironía: no hay peor cosa que sentir que algo es nuestro, porque dejamos de verlo con emoción. Y aun así, pasamos la vida buscando estabilidad y queriendo sentirnos seguros.
Permítanme contarles algo importante que entendí en los últimos meses: tenía —bueno, tengo, aunque ya estoy trabajando en ello— una obsesión con “buscar más”, con sentir que “no es suficiente”. Déjenme explicarles mejor con un ejemplo.
Amo viajar ✈️, lo disfruto muchísimo y soy buena haciéndolo. Pero en los últimos momentos de cada viaje ya estaba pensando en el siguiente, o frustrada porque ese estaba por terminar. Sin darme cuenta, dejaba de disfrutar lo que tenía justo frente a mí por estar viendo lo siguiente.
Y no sólo me pasaba viajando. Me pasaba con muchas cosas. Siempre había un prado más verde, algo más que hacer, un lugar más a dónde ir.
Ojo, no es malo querer más. Soy fiel creyente de que debemos crecer, conocer, hacer, viajar… vivir. El problema es cuando nos obsesionamos tanto con lo que sigue, que dejamos de ver —y de disfrutar— lo que sí hay. Lo que ya está.
La magia real no está en pedir lo que no tenemos y esperar que se nos dé. Está en agradecer, aprovechar y valorar lo que sí existe hoy… y confiar en lo que vendrá.
Crecimos con una programación rara: la pelea constante, la idea de que «lo que sigue» siempre es más importante que «lo que ya es». No importa cuánto nos costó lo que tenemos; la rutina lo vuelve invisible. Entonces vamos corriendo hacia otra cosa… y lo único que logramos es perder lo bueno y estar siempre cansados.
Si fuéramos conscientes de todo lo positivo que ya nos rodea, le pondríamos más atención. Nos sentiríamos más seguros, más tranquilos, más nosotros. Más felices.
Sé que ser positivo parece difícil, incluso irreal. Pero quizá el problema es que lo vemos desde el ángulo equivocado.
Ser positivo no es andar por la vida tirando florecitas, brillitos y sonrisitas siempre. Para mí, ser positivo tiene que ver con ser conscientes y confiar.
Conscientes de lo que ya somos, de lo que hemos logrado, de lo que sí hay. Y entender que todo lo que deseamos será un extra para ser más felices, no el inicio de nuestra felicidad.
Y confiar en que lo bueno vendrá, aunque la vida se ponga complicada. Porque siempre, siempre, termina por componerse.
Hay una historia que me encanta porque habla justo de eso: de confiar. Es la del anillo que un rey le regala a su hijo. Le dice que cada vez que enfrente un problema, dentro del anillo encontrará las palabras correctas para seguir adelante. El anillo tenía grabada la frase: “Esto también pasará”.
De eso se trata realmente ser positivo: de confiar en que lo malo pasará, que nos dejará un aprendizaje y que incluso en los peores momentos siempre hay una pequeña chispa de alegría.
Borges lo dijo mejor que nadie:
“No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.”
Y es verdad, lo que ya tenemos nos hace sentir que ya estamos en el paraíso, por eso debemos valorarlo, recordar lo que nos costó conseguirlo y reconocerlo siempre. No vaya a ser que un día lo perdamos y nos demos cuenta de lo feliz que éramos y que lo perdimos por descuidados.
Hace muchos años conocí a una persona. Y se volvió muy importante, es más mi madre dice que yo soy un poquito así como soy, gracias a esa persona (muy diabla). Nos separamos un buen tiempo por azares del destino y la vida nos reencontró tiempo después. No nos vemos ni hablamos muy seguido, pero nos llevamos mejor que antes y sabemos que estamos aquí para lo que se ofrezca.
Por cierto, le vamos al mismo equipo de soccer. Hace tiempo, bromeando, con que al equipo le estaba yendo mal (muy mal en realidad) le dije: —Estan tan mal, que van a perder. Es más, estoy tan segura, que podría apostar a que no nos volvamos a ver. Y él, con cara de angustia, me respondió: —Ah no. Me costó un chorro reencontrarme contigo. Yo no te pierdo por nada del mundo.
Ha sido de las mejores frases que me han dicho. Me hizo sonreír, me hizo sentir especial… y me hizo entender: Que cuando a uno le importa lo que tiene, quiere y le costó, no debe ni se puede permitir perderlo.
Aún que a veces parece tan difícil entender que valorar lo que tenemos no está peleado con aspirar a más. Tú alguna vez te has preguntado:
¿Y si lo que tengo hoy es suficiente?
Te propongo un ejercicio: Si tienes un cuaderno o diario, mejor; si no, una hoja blanca basta. Escribe todas las cosas por las que eres feliz y estás agradecid@. Todo: Desde poder respirar, hasta tus plantitas, tu casa, tu familia, tu mascota.
Cuando termines, léelo otra vez y da gracias por cada cosa. Y hazlo por varios días.
Lo que buscamos es reprogramar nuestra mente para que se enfoque en lo que tenemos y lo mantenga presente. Para que no se nos olvide lo valioso que ya es lo que hay. Y tengamos la capacidad de siempre ver lo bueno.
Se nos ha olvidado tanto ver lo bueno, que un día pasará la bondad junto a nosotros y no la podremos ver.
Esto no busca pintar el mundo color rosa y bloquear lo malo. Busca entender que hay muchos colores, y todos son valiosos; todos le dan vida a nuestra historia. Igual que nuestras sensaciones, incluso las más difíciles, nos hacen ser quienes somos. Nos hacen reales. Y nos permite entender que siempre, siempre hay algo que agradecer y algo bueno que vivir.
Además, no creo que necesitemos perder lo que nos hace bien para valorarlo. Sería muy tonto de nuestra parte.
Te doy un tip, que quizá, pueda funcionarte:
Pon una alarma diaria con esta frase: “Acuérdate de lo bueno.” Cuando suene, respira, recuerda, sonríe y sigue. A veces solo necesitamos un recordatorio suave para no olvidar todo lo que ya es suficiente.
Cuando nos damos cuenta de que lo que tenemos es suficiente y lo que llegará es solo para agrandar nuestra felicidad, también entendemos que nosotros somos suficiente… y merecedores de una mejor realidad.
Repite después de mí: soy suficiente y soy merecedor(a). Repítelo hasta que tu cuerpo y tu mente se den cuenta de que es verdad.
Y no se te olvide…
Hay lecciones que la vida te enseña suave… y otras que te las grita cuando ya es tarde.
Ah, y mi último consejo:
¿Qué tal si hoy le hablas a esa persona que te importa, a la que todavía tienes la dicha de poder llamar? Recuérdale —y recuérdate— cuánto le quieres. No permitas que lo que aún puedes abrazar se convierta mañana en un “si lo tuviera” que te rompa el corazón.
Sin rencores ni reclamos, sin ella o él lo tiene que hacer primero, sin remordimientos ni egos, sólo porque ya sabemos lo que duele perder a alguien que queremos.
Porque un “te quiero” no detiene el tiempo, pero puede evitar un arrepentimiento que duela para siempre.
Por favor no cometas la locura de cerrar el corazón y no darte cuenta de lo maravilloso que ya hay a tu alrededor.
Permítete valorar y disfrutar que todos los días estamos aunque sea un instante en el paraíso.
Gracias como siempre por seguir aquí, por acompañarme, por ser parte de esto que tanto quería y sigo disfrutando. Gracias por leerme, compartir, comentar, reaccionar y por todo lo que hacen para recordarme que siguen conmigo.
Dejar huella no es marcar el camino, es hacerlo más amable para quien viene detrás.
Dicen que nadie se lleva nada… pero sí deja mucho.
Date unos minutos para contestar unas preguntas, por favor: ¿cuál es tu mejor recuerdo de la niñez o adolescencia? ¿Qué tienes guardado que quizá no tiene un gran valor económico, pero sí uno sentimental? ¿Cuál es tu lugar favorito, y por qué?
… Estas preguntas quizá te hayan llevado a un lugar bonito. A un momento que te recuerde que la vida, a pesar de todo, sigue siendo linda. 🌷
Cuando recordamos, puedes notar que no sólo es el lugar lo que nos emociona, sino quién estuvo ahí, quién nos acompañó. Lo mágico no es el tiempo ni el espacio, sino las personas que lo hicieron especial.
Los grandes recuerdos tienen que ver con las personas. Es más, quizá nosotros mismos somos un buen recuerdo de alguien por lo que hicimos. Y aunque a veces creemos que no hemos impactado, te aseguro que sí: tal vez, hay alguien que aún toma café en la taza que le regalaste, quien usa aquella pulsera que le diste o que sonríe al escuchar tu nombre. Sólo porque eres tú y el impacto que tuviste en su vida.
También habrá quien nos haya impactado o hayamos impactado de manera negativa, eso es natural somos humanos y cometemos errores. Y como me dijeron alguna vez: María tampoco podemos ir por la vida tirando pétalos y brillitos.
Lo sé, y es cierto. La verdadera belleza de dejar huellas bonitas está en la humildad de saber qué hacer cuando la nuestra se convierte en una huella difícil.
Dejar una huella que cure no solo significa ser bueno, sino también ser valiente: el valor de volver sobre nuestros pasos para sanar lo que se pueda y evitar que sea el menor daño posible y un recuerdo negativo.
Esto implica pedir un perdón sincero si dañamos, asumir la responsabilidad sin excusas y, sobre todo, aprender de ese tropiezo para no volver a lastimar.
Así, incluso un error se convierte en una enseñanza, y la capacidad de corregirlo es, quizá, la huella más profunda y bonita que podemos dejar.
Ya que estamos de paso en este mundo, intentemos … dejar huellas bonitas
Pero ¿cómo se hace eso?
No es tan difícil; de hecho, la belleza está en lo simple. Dejar huellas bonitas es una práctica diaria que requiere atención plena y bondad intencional.
Es como un «kit» de acciones pequeñas, pero poderosas:
🌻La huella de la escucha: Presta atención genuina. Guarda el celular, mira a los ojos a la persona que te habla y escucha de verdad, sin pensar en tu respuesta. El regalo de tu presencia es inmenso.
✨La huella del reconocimiento: No solo celebres los grandes logros. Reconoce la lucha diaria, el esfuerzo invisible. Un simple mensaje de «Sé que estás dando lo mejor de ti» o «que bien te ves» puede ser un salvavidas.
🕊️La huella del alivio: A veces, una huella bonita es hacer el camino más ligero para otro. Sé paciente con el mesero que tiene un mal día, ofrece ayuda sin que te la pidan, o simplemente cede el paso con una sonrisa.
🤍La huella del abrazo que cura: Un abrazo que sana no busca solucionar, busca contener. Ofrece un espacio seguro sin juicios ni explicaciones. Es decir, sin palabras: «Estoy aquí contigo, y estoy bien con lo que sientas.»
Hacerlo es cuidar cómo interactuamos con los demás. Es entender que no puedes llegar a la vida de alguien generando caos ni dejando vacío cuando te vas…
Porque sí importa cómo somos. Importa que seamos buenos.
Las personas buenas merecen buenas personas, y el universo, tarde o temprano, se encarga de juntarlas. 🌌
Siempre he creído que al final seremos juzgados, no sólo por lo que hicimos, sino también por aquello que no hicimos y deberíamos haber hecho.
Y como toda enseñanza cobra vida en una historia, déjame contarte un cuento……
🌿 La huella que no se borra
Cuentan que, hace mucho tiempo, un pequeño zorro cruzaba cada amanecer el mismo sendero del bosque. Le gustaba mirar hacia atrás y ver sus patitas marcadas sobre la tierra húmeda. Le hacía sentir que existía, que estaba dejando un rastro, que algo de él quedaba allí.
Un día, un viejo búho que lo observaba desde lo alto le preguntó con voz serena: —¿Por qué te detienes siempre a mirar tus huellas, pequeño?
El zorro sonrió y respondió: —Porque así sé por dónde he pasado.
El búho lo miró en silencio y dijo: —Está bien saber por dónde has pasado… pero algún día entenderás que lo importante no es por dónde caminas, sino cómo caminas.
El zorro no entendió del todo, pero esas palabras se quedaron rondando en su cabeza.
A la mañana siguiente, cuando volvió a recorrer el camino, notó cosas que antes no veía: una flor pisoteada, un nido caído, una hormiga que trataba de salir del lodo. Por primera vez, en lugar de mirar solo sus huellas, miró lo que dejaba tras ellas.
Ese día cambió su paso. Evitó las flores, ayudó a la hormiga, reparó el nido y compartió su fruta con un pájaro herido.
Pasaron los días, y aunque el sendero seguía lleno de huellas, el bosque también se llenó de vida: brotaron nuevas flores, los pájaros volvieron a cantar y el aire olía distinto, más limpio, más amable.
Desde su rama, el viejo búho lo observaba y sonrió. —Ahora sí, pequeño… esas son huellas que no se borran. 🕊️
(●♡∀♡)
A veces creemos que dejar huella es hacer algo grande, visible o memorable. Pero las huellas más bonitas son las que se sienten, no las que se ven. Las que dejan el alma más ligera, el camino más amable y el mundo un poquito mejor que antes.
Es entender que sin importar que el paso sea breve… El impacto puede ser eterno.
Porque al final, seremos recordados, no por nuestros logros, títulos, nombre o dinero. Si no, por como hicimos sentir a los demás.
Además, no olvides que tú también caminas sobre las huellas que otros dejaron. Honra esas huellas. Agradece su paso
Te daré un consejo que le he escuchado a una persona que quiero mucho: siempre, trata de dejar todo mejor que como lo encontraste.
Hablamos de todo, no importa que sea un lugar, un momento o un corazón.
No es tan difícil: las cosas florecen cuando se sienten cuidadas.
Y se amable, incluso cuando nadie te ve. Porque las verdaderas huellas… no necesitan testigos. 💫
Vivir no se trata de hacer todo en virtud de y para los demás, pero sin duda, es un verdadero lujo ver que alguna de tus acciones han ayudado a que la vida de alguien más sea mejor.
Gracias por siempre dejar huellas bonitas en mí, gracias por leerme, seguir el blog, compartir, darle me gusta, comentar o cualquier cosa que hagan para demostrarme que están conmigo.
Las historias nos unen, nos enseñan y, a veces, nos salvan.
Hace un tiempo estaba platicando con mi hermana y con mi sobrina adquirida (hija de mi amiga). En medio de la conversación, ella dijo una frase que ya había escuchado antes, pero que en ese momento me sonó a sabiduría pura:
“Una da consejos porque ya se amensó. Porque ya estuve ahí… ”
No usó amensó, pero esta palabra nos servirá 🤭
Ahí reconfirmé que sí podemos aprender y cambiar —nuestra vida, nuestra forma de ver las cosas o incluso nuestra realidad— a través de las historias o las vivencias de alguien más.
Cuando éramos niños, quizá nos contaban historias o cuentos para poder dormir, pero en realidad lo que lograban era despertar algo en nosotros. Hay quien le llama imaginación, otros creatividad, y algunos ingenio.
Yo he aprendido que todos tenemos una historia que contar… y que sin duda puede servirle a alguien más. Puede incluso cambiarle la vida.
A mí me encanta escribir historias, pero también escucharlas y leerlas.
Las historias nos ayudan a vincularnos: con personas, personajes o creencias que nos hacen sentir que pertenecemos. Y la pertenencia tiene una función real en nuestro cuerpo —es parte de nuestro sistema nervioso y ayuda al nervio vago—.
(No se asusten 😅, tiene nombre raro, pero aquí va el dato científico del día.)
Según San Google, el nervio vago es el nervio craneal más largo y su función principal es conectar el cerebro con los órganos principales del cuerpo: el corazón, los pulmones y el sistema digestivo. Regula nuestro estado de descanso y recuperación.
La estimulación del nervio vago puede tener efectos beneficiosos: controlar la epilepsia, reducir la depresión y la ansiedad, y mejorar la función cognitiva y digestiva.
Ah, ¿verdad? 😉 Y una de las formas de estimular ese nervio es a través de la sensación de seguridad y pertenencia, además de la meditación y ciertos ejercicios. Y justo ahí, las historias ayudan muchísimo.
Hay muchas formas en las que una historia nos atrapa. Una de ellas es cuando nos permite ver reflejada nuestra propia realidad o complicación. Hay historias que son puertas o portales: nos dejan mirar eso que no veíamos de nosotros mismos. Otras, nos invitan a conocer nuevos mundos, otras formas de vida, otras realidades… y lo mejor de todo, nos hacen entender que existe una mejor manera de vivir. Que podemos tener una mejor historia.
¿Cuántas veces no hemos sentido que nos parecemos a cierto personaje —aunque sea de fantasía— o que alguna historia se parece a la nuestra? Eso nos confirma que todos sentimos miedo, dolor o alegría. Quizá nuestros caminos sean distintos, pero las emociones que nos mueven son las mismas.
Hay una frase que me encanta: “Al para qué no le importa el cómo.” Y eso es lo que hacen las historias: nos ayudan a aprender o entender cosas que quizá no sabíamos cómo cambiar o cómo vivir. Nos dan opciones para que ese para qué se haga realidad… o simplemente nos devuelven la esperanza. Y eso es genial.
Cuando nos permitimos escuchar una historia, practicamos la empatía: nos ponemos en los zapatos de alguien más y aprendemos a mirar la vida con otros ojos. Ahí está la verdadera magia: en descubrir que somos distintos, pero humanos de la misma manera.
Además, leer o escuchar activa la mente, despierta la imaginación y, a veces, hasta cura el alma. Porque una buena historia te acompaña, te reconforta, te hace pensar… o simplemente te recuerda que no estás sol@. Que alguien más ya pasó por lo mismo y logró salir.
Y cuando eso pasa, se despiertan también nuestras propias ganas de contar, de escribir, de imaginar mundos nuevos. De crear algo bueno.
👉 Sin duda, toda gran idea suele nacer de una historia que alguien escuchó y decidió continuar.
Por eso es tan importante cuidar las historias que elegimos leer o escuchar. Busquemos nutrir nuestro corazón y nuestro cerebro con aquellas que hablan de resiliencia, de logros, de entendimiento, de volver a creer. La vida ya es bastante complicada como para llenarnos de historias que no enseñan nada o que terminan sin luz.
Y como hoy hablamos de historias, quiero contarte una que me encanta y que tiene mucho que ver con todo esto…
(●♡∀♡)
Un hombre caminaba distraído y cayó en un pozo profundo. Intentó salir, pero las paredes eran altas y resbaladizas.
Pasó un médico, lo vio y dijo: —Te traeré algo para el dolor. Y siguió su camino.
Pasó un sacerdote y, al verlo, dijo: —Rezaré por ti. Y también siguió.
Pasó un amigo, lo escuchó gritar, miró hacia abajo… y sin pensarlo, saltó al pozo.
—¿Estás loco? —gritó el hombre—. ¡Ahora los dos estamos atrapados!
El amigo sonrió y respondió: —Tranquilo. Yo ya estuve aquí antes… y sé cómo salir.
(●♡∀♡)
Esto confirma que nuestras historias siempre pueden ayudar a alguien más, como dice mi hermana:
«Porque yo ya estuve ahí…».
Siempre ten la certeza de que tu historia puede ser el ejemplo que alguien necesita para no rendirse.
Así que sigue contando tu historia, no sabes a quien puedas ayudar con ella, sigue conociendo historias, leyendo, oyendo y, sobre todo, cuéntate a ti mism@ una historia hermosa… y hazla realidad.
Porque en el fondo, todos estamos buscando una historia que nos recuerde cómo volver a casa.
Gracias, como siempre, por ser parte de esta increíble historia. Confío en que todo lo que les cuento pueda servirles de alguna forma… porque, al final, yo también ya me amensé antes 🤭.
Como decía un buen amigo de la prepa:
“Yo sirvo de ejemplo… de cómo no hacer ciertas cosas.” 🤪
Que siempre tengan una hermosa historia que contar. Gracias por seguir aquí, por leerme, por suscribirse, compartir y hacer más grande todo esto.
Gracias por todo y por tanto.
Nos vemos en la próxima. Un abrazo grande, con cariño…
“Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma.”
— Julio Cortázar
Siempre he sido amante de las palabras; lo aprendí desde niña. Si en algún lugar se hablaba mucho, era en mi casa 🫢. Desde el primero hasta la más chica, lo nuestro —lo nuestro— eran las palabras. Esa famosa frase de «me quedé sin palabras» no era precisamente nuestra cualidad.
Fellus, mi papá, era un hombre que llevaba las palabras a otro nivel. Sus dichos eran sabiduría pura, y quienes lo recuerdan a la fecha, es precisamente por eso.
Tenía un listado muy grande de dichos que son un tesoro. El más conocido quizá era «me caigo al mar»; era su expresión favorita para decir me lleva la… 😁.
Hay una en especial que me encanta: cuando había que repartir algo, decía «a modo de que nos veamos». Pero si quería mucho de lo que estaban dando, te decía «como si ya no nos volviéramos a ver», y eso significaba que había que ser muy generosos con la porción.
Yo llevé el tema de las palabras (y lo de hablar mucho) a otro nivel. Estudié comunicación; nunca la ejercí tan literal, pero lo mío, lo mío, eran las palabras. Aunque no sé si pueda presumir que comunicarme sea mi fuerte. Grandes historias terminaron por no hacerlo de la manera correcta —y me refiero a todo: amistad, trabajo, relaciones, etc.—.
Con el paso de los años he entendido que la palabra es un arma muy poderosa: puedes hacer grande a una persona o destruirla.
Si nos diéramos cuenta de que lo que expresamos es energía, cuidaríamos más lo que decimos.
Las palabras, sin duda alguna, son magia pura…
Abracadabra ✨
Por cierto, ¿sabían que la palabra abracadabra tiene un origen muy antiguo y un significado más profundo de lo que parece?
🌙 Se dice que proviene del arameo o del hebreo. Se cree que deriva de la frase “Avra kedabra”, que significa algo como: 👉 “Crearé mientras hablo” o “Lo dicho se hará realidad”.
Era una expresión del poder de la palabra. Quizá hoy la usemos como una broma o en trucos de magia para entretener, pero como verán, en la antigüedad significaba la fe o la creencia de que lo que se decía se haría realidad.
Y esa es la magia real de las palabras… Todo lo que podemos transformar inicia con ellas. Las nuevas tendencias de cuidado y sanación tienen como una de sus herramientas más fuertes el cambio en la estructura de cómo hablamos o cómo usamos las palabras.
Existen varias terapias donde la palabra es la principal aliada. Precisamente esto que estoy haciendo —escribir— es una de ellas. Es una terapia que puede sanarte o mejorarte.
Aunque, miren, la palabra sanarte últimamente ya no me gusta tanto: si no estoy descompuesta, únicamente estoy desorientada y un poquito mal de la cabeza 🫣.
Las palabras me han regalado cosas maravillosas. Me han permitido entablar conversaciones con personas que jamás imaginé conocer. Comúnmente, por mis trabajos, me ha tocado viajar sola, y las palabras me han permitido disfrutar o descubrir lugares increíbles.
Irónicamente, quienes dicen que yo tengo el «don» de expresar y ellos(as) no, han dicho cosas tan lindas que las tengo guardadas para siempre en mi corazón. No necesitan ser expertos en comunicación para decir cosas hermosas.
Y por el contrario, también me he topado con personas expertas en comunicar… y se les da muy bien el hacer daño.
Hay también las frases mediocres —disculpen, pero para mí lo son— que utilizamos para escondernos o no superarnos, por ejemplo la de «así soy» o «soy sincero(a) y digo lo que pienso» sin importar el dolor que causen con lo que dicen, esas palabras realmente son basura.
Sí, hay que ser uno mismo, sin moñitos ni filtros, pero nunca justificar con eso nuestros malos tratos. Qué horrible la gente que no cree que puede ser mejor. Todo está en eso: en creer en nosotros.
Y la segunda frase se las puedo resumir así: Cualquier verdad que se dice sin tacto… es crueldad.
Cuando uno se da cuenta de todo el poder que tienen las palabras, comienza a usarlas de mejor manera. Y es muy sencillo:
Un “te creo” puede cambiar el rumbo de alguien que dudaba de sí.
Un “no sirves” puede tardar años en borrarse.
Incluso lo que no decimos también comunica: el silencio puede ser un grito o refugio.
Las palabras crean realidades. Si le dices a tu cuerpo “no puedo”, ¿qué crees? Pues no va a poder, y no habrá quien logre que lo hagas… hasta que se desprograme esa creencia.
Por el contrario, si dices “voy a intentarlo”, algo se reprograma en tu interior y se activa.
Les contaré de una palabra que me encanta y cuya respuesta cambié después de lo que alguna vez escuché: la palabra es gracias.
Ella contiene tanta energía que es un catalizador para lo malo o para generar más energía positiva. Cuando agradecemos, todo cambia. Se abre un vínculo con las personas y se reestructura hasta nuestra formas de ver las cosas.
Normalmente, a la palabra Gracias en México respondemos «de nada». Y sí, es una manera coloquial de decir que no debes nada o que está bien, pero también es una forma de cortar el flujo de energía. Al decir «de nada», le restas poder al agradecimiento.
Desde hace varios años yo respondo «con gusto», que por cierto es la manera en que en algunos países de Latinoamérica lo hacen. A mí me da la sensación de que la energía continúa… y de que es un placer ayudar.
✨ El poder de las palabras
Pero, ¿cómo podemos hacer magia con la voz? ¿Cómo se puede crear o reprogramar con las palabras? No es tan difícil como parece, y no necesitas tener el «don» de la palabra: solo sentir y creer que lo que dices puede ser real y expresarlo con intención.
Algunos tips que he encontrado por varios lugares —y que confío te pueden servir— son estos:
1. Habla con intención. No digas por decir. Cada palabra que sueltas tiene un destino. Pregúntate si estás construyendo o rompiendo… y elige siempre crear. No lo olvides: las palabras son un arma muy poderosa; pueden construir o destruir un imperio.
2. Cuida cómo te hablas. Este es el punto más importante: todo comienza contigo. Lo que te dices se queda viviendo dentro de ti. No te maltrates con frases duras; háblate como le hablarías a alguien que amas profundamente. Tú eres tu mayor bendición: trátate bonito. En la vida te toparás con muchas personas que te digan que no puedes; por favor, que una de ellas nunca seas tú.
3. Evita el lenguaje de carencia. ¡Y no te quejes! No repitas “no tengo”, “no puedo” o “no merezco”. Las palabras también son semillas: siembra las que te abran caminos, no las que los cierren. Tu cerebro no entiende de bromas; si te quejas, te dará más motivos para seguir haciéndolo.
4. Nombra lo que sientes. Lo que no se nombra se queda atascado. Decir “me duele” o “esto me da miedo” no te debilita, te libera. Nombrar es una forma de sanar.
5. Elige palabras que eleven. “Gracias”, “te admiro”, “qué bonito esto que hiciste”. Son pequeñas chispas de luz que cambian el aire y suavizan las heridas. Siempre he creído que las cosas positivas que uno piensa de alguien más, son un regalo que le pertenece a esa persona. Si tú te las quedas, te estás quedando con algo que no es tuyo. Así que, si piensas algo bueno de alguien, dilo, deja que la magia circule.
6. Aprende el poder del silencio. El silencio no siempre es ausencia; a veces, es respeto, y otras, defensa. Siente cuándo hablar y cuándo callar… ambos también comunican. Aprende algo que a mí me costó mucho tiempo: no todas las guerras se pelean; algunas es mejor evitarlas y guardar silencio.
7. Declara lo que deseas. Di lo que sueñas, aunque sea en voz baja. Las palabras tienen memoria y saben encontrar el camino para hacerse realidad. Si lo crees, lo creas.
8. No conviertas tu voz en dolor. Usa tus palabras para abrir, no para herir. Hay formas suaves de decirlo todo, incluso lo más duro. Importa tanto lo que dices que cómo lo dices.
9. Escucha cómo suenas. Léete en voz alta. Si algo te suena frío, tal vez lo estés sintiendo así. Ajusta el tono: deja que tus palabras vibren bonito.
10. Haz de tus palabras un ritual. Bendice con ellas, afírmate con ellas, encántate con ellas. Las palabras son magia: úsalas como tal.
Recuerda: lo que no se nombra no existe, así que las palabras pueden ayudarnos a crear una gran historia… y hacerla verdad.
Su poder no solo está en lo que decimos ni en cómo suenan. Su mayor encanto está en la intención con la que se pronuncian.
Por eso, es importante entender que cada palabra puede ser una promesa, un conjuro o una herida: tú eliges qué magia quieres hacer con ellas.
Así que cuida tus palabras, trata de que construyan y no destruyan aunque sean duras. La sinceridad, la verdad y la honestidad, no están peleadas con el respeto y el buen trato.
Que tus palabras, sobre todo las que te dices a ti, se conviertan en un gran recuerdo para siempre 💕. No olvides que las personas podrán olvidar lo que dijiste, pero nunca como les hicieron sentir esas palabras.
Lo que decimos … También nos escribe✨
Gracias por seguir aquí, por leerme, por compartir para que llegue a más personas, por suscribirte y hacer realidad este sueño.
Nos vemos en la próxima y que todo lo que digas y creas se convierta en magia 🪄 para ti.
“Aceptar lo que sientes también es una forma de amor propio.”
Así es como hay que vivir definitivamente… Intensamente.
Hace tiempo mi psicóloga me pidió ver Intensamente 2 (de Disney) como ejercicio para mí terapia y responder algunas preguntas: ¿Qué me dejaba la película? ¿A qué emoción me parecía? ¿Qué me movía por dentro?
Mientras la veía, fueron apareciendo imágenes que me ayudaron a reconocer varias cosas en mí. Me di cuenta que mi autoconcepto sobre cómo lidiar con las emociones estaba un poquito distorsionado.
Les cuento de qué trata esto.
🌈 Querer ser solo “Alegría”
Tengo una tendencia muy clara a querer ser Alegría. Y no porque siempre ande feliz o sonriendo por todos lados (bueno… lo de la sonrisa sí 😅), sino porque, como en la película, trato de invalidar —sin querer— al resto de las emociones.
Intentaré explicar mejor esto, pero antes: si aún no ven la película, se las recomiendo ampliamente.
Durante toda mi vida he tenido una fijación por eliminar los momentos malos y comportarme como si nunca hubieran pasado, esto me daba una falsa sensación de control, aunque en realidad me alejaba de mi misma. Por ejemplo:
• Me enojaba con alguien y quince minutos después ya estaba intentando resolverlo, sin darme tiempo de sentir.
• Desarrollé un “don” para olvidar el pasado: cambiaba de escuela o ciudad y me adaptaba tan rápido que el lugar anterior parecía no haber existido. Y aún lo sigo haciendo.
• Aplicaba la frase: “Si no me acuerdo, no pasó.”
Les confieso algo: no tengo recuerdos de mi niñez. Antes de los 8 o 9 años, no recuerdo casi nada. Sé que fue buena, pero no podría contarles ningún suceso con detalle. Y eso me ayuda a confirmar que desde niña he sido muy buena para bloquear algunas cosas.
Con el tiempo me volví experta en sonreír. En mostrar una cara de “todo está bien”. Y aunque eso parezca fortaleza o que no es tan malo, eliminar los recuerdos incómodos me dejó sin herramientas para manejar la frustración y aprender de los daños.
Tampoco es que mintiera, realmente aprendí a ver las cosas con alegría. Les prometo que si soy una persona alegre y feliz y me ha ido bastante bien con eso, suelo divertirme mucho. El problema era cuando usaba esto como un escudo para no sentir dolor y terminaba sin vivir todo realmente.
💔 Lo que no se reconoce, no se puede sanar
Al evadir mis malos recuerdos, tampoco pensaba en los recuerdos que podía estar dejando en otros. Si algo me parecía negativo para mí, lo evitaba… pero quizás mis acciones se convertían en recuerdos dolorosos para alguien más, y yo ni cuenta me daba.
Y lo que no se reconoce, no se puede controlar. Evadía la tristeza y la ansiedad, y cuando aparecían, lo hacían con tanta fuerza que me rebasaban y yo no tenía herramientas para manejarlas.
Como buena Tauro (😁), soy aferrada. Si algo me parecía bueno, lo mantenía aunque ya no funcionara, al grado de evadir cosas importantes. Por ejemplo: dejé que mi vesícula casi se reventara por no querer ir al doctor, solo por miedo a escuchar que algo estaba mal. Esa negación me llevó a una cirugía de emergencia, provocando daños en otros órganos, una larga recuperación y un caos en mi familia que pudo evitarse. Y lo peor, un daño que para siempre tendrá consecuencias.
Pero a todo esto:
💭 ¿Qué son las emociones?
Las emociones son reacciones automáticas que aparecen ante algo que vivimos o pensamos. Surgen en el cuerpo antes de que podamos explicarlas con palabras: el corazón se acelera, sentimos un nudo en el estómago, la piel se eriza o nos dan ganas de llorar o reír.
Son respuestas instintivas, rápidas y necesarias para adaptarnos al entorno. Nos ayudan a reaccionar, a sobrevivir y también a entender lo que necesitamos.
Las emociones son como una señal de alerta o una brújula interior que nos dice: “Algo importante está pasando aquí.”
Y no las debemos confundir con los sentimientos, dejen les cuento cuál es la diferencia:
Los sentimientos son la versión más consciente y duradera de las emociones. Aparecen después, cuando interpretamos lo que sentimos. Mientras la emoción es la chispa, el sentimiento es el fuego que queda encendido un rato más.
Por ejemplo: Siento miedo (emoción) → pienso en lo que me da miedo → se convierte en inseguridad (sentimiento).
Siento alegría (emoción) → lo interpreto como un momento de conexión → se convierte en felicidad (sentimiento).
Los sentimientos mezclan emoción, pensamiento y experiencia. Son más profundos, más personales, y duran más tiempo.
✨ En resumen
Emoción: reacción inmediata, corporal, rápida.
Sentimiento: interpretación consciente y duradera de esa emoción.
Las emociones te avisan de algo. Los sentimientos te ayudan a entender qué hacer con eso que sentiste.
🌦️ Todas las emociones son necesarias
Es difícil aceptar que todas las emociones son necesarias y naturales en nuestra esencia humana. Que vivirlas todas quizá no nos haga perfectos, pero nos hace ser reales.
Tal vez conoces personas que siempre parecen enojadas; pero detrás de eso, muchas veces hay dolor.
Por cierto, siempre he creído que la gente no es mala: la gente está triste, y su dolor la hace vulnerable.
Por eso usa la ira para protegerse.
Hay quienes usan el miedo y no hacer nada que los ponga en riesgo y van por la vida sin vivirla, o los que van con la tristeza a cuestas porque ya no pueden salir de ella.
En mi caso, yo usaba la alegría —ese “no pasa nada”— para evitar la tristeza o la ansiedad. El drama se me da, pero la tristeza no; la ansiedad es mi amiga, pero la angustia no.
Y así, varias emociones que no sabía manejar las escondía detrás de una sonrisa que me salía fácil… y de una alegría que, en el fondo, me ayudaba a sobrevivir.
💬 “Hoy sí quiero enojarme”
Recuerdo que una vez, una de las chicas que trabajaba conmigo llegó furiosa por un compañero. Me dijo:
“No me salgas con que aquí no nos enojamos y entendemos por qué él es así, porque hoy sí quiero enojarme.”
Aunque le di mil razones para no enojarse, en el fondo sabía que tenía razón. Era válida su emoción.
No diré que era una “positiva tóxica”, pero sí tendía a ocultar la negatividad ante los demás. Digamos que iba por la vida con una sonrisa y huyendo de lo malo. Al grado de no enfrentar situaciones «negativas» y perder hasta personas o cosas que valían la pena por esa razón.
Ese estuche de monerías era (y sigo siendo) yo, sólo que hoy intento ser más consciente de mis emociones y darles su lugar.
🌻 Lo que aprendí (de la película y de la vida)
Una sola emoción no puede definirte, somos el resultado de todas ellas y son las que nos hacen ser quienes somos.
Incluso las emociones “negativas” pueden ayudarnos —y a veces, hasta salvarnos—. El encanto está en saber controlarlas.
✿ El aburrimiento puede ser un impulsor del cambio, fomentar la creatividad y el deseo de explorar nuevas metas. ✿ La ira puede ser una respuesta legítima ante la injusticia y, bien manejada, puede promover la defensa de una causa. ✿ La envidia puede transformarse en motivación para crecer.
Como bien dice Google (y con razón):
“Las emociones negativas tienen funciones positivas: nos advierten de amenazas, motivan la resolución de problemas y fomentan el autoconocimiento.”
Así que no hay que tenerles miedo. Hay que Vivirlas, abrazarlas y canalizar las difíciles hacia nuestro bien.
💫 Vivir intensamente
•Las emociones tienen un propósito; aceptarlas nos hace más humanos.
•Tratar de estar feliz todo el tiempo es agotador. Escuchar a las emociones difíciles también es una forma de crecer.
•Todos llevamos dentro un pequeño equipo de emociones que nos guía. Aprender a escucharlas es parte del viaje.
Vivir las emociones es perfectamente válido. Y eso, sentir de verdad, nos hace dignos y valiosos.
✨ Para cerrar, quiero compartirles una frase que dice Miedo —la emoción— en la película que me parece muy divertida y atinada y que yo uso al final de cada día:
“Está bien por hoy, no morimos… y eso debería ser un rotundo éxito.” 💛
Así que no lo olvides…
“Cuando dejas de huir de lo que sientes, la vida deja de doler y empieza, por fin, a sentirse.”
Gracias como siempre por leerme, darle me gusta, suscribirse y todas las muestras que me dan de apoyo para que esto siga vivo. Si esta reflexión te resonó, compártela con alguien que esté aprendiendo —como yo— a vivir intensamente.
Nos vemos en la próxima… Que tus emociones y sentimientos te lleven a ser auténtica (o) y muy feliz… Siempre ♾️💛.